Una exposición de Juan Miguel Rodríguez comentada por Mario Plaza
Mario Plaza
El miércoles 7 de septiembre a las 18:00 se inauguró la exposición “Instantáneas solares” del artista Juan Miguel Rodríguez Cuesta en la sala de Exposiciones y de Lectura de la Librería Popular, en la que permanecerá hasta final de mes. La exposición se compone de 15 obras de tamaños variados de técnicas mixtas de óleo y acrílico sobre lienzo y cartón.
Conocí a Rodríguez Cuesta en 1976 como profesor del Instituto Andrés de Vandelvira. Algún año después realizamos con los profesores de filosofía de aquel centro (Rafael García, el inolvidable Antonio Pomares, etc.) una lectura de la traducción de aquellos años (1972) de Andrés Sánchez Pascual de la Genealogía de moral de F. Nietzsche, en la que encontré la expresión “artista de mirada de bronce” que ya no he podido dejar de asociar al autor de la muy interesante exposición que nos ocupa. Creo que merece la pena contextualizar un poco la expresión:
Llegan como el destino sin motivo, razón, consideración o pretexto, existen como existe el rayo, demasiado terribles, demasiado súbitos, demasiado convincentes y demasiado distintos para ser ni siquiera odiados. Su obra es un instintivo crear formas, imprimir formas, son los artistas más involuntarios y más inconscientes que existen, [...] son los artistas de mirada de bronce, que de antemano se sienten justificados por toda la eternidad en su obra, lo mismo que la madre en su hijo. (FN, GM, II, 17. Alianza, Madrid, 1979, págs. 98-9).
Con algunas obras ya remotas que recientemente he vuelto a contemplar puede seguirse un aspecto, entre otros muy variados que se presentan en su obra, que hoy a propósito de la nueva exposición nos puede interesar. Es el de la energía, la embriaguez creadora de la pura materialidad. Como en este grabado sobre linóleo de 1976. Simple gubia, resina y tinta, y ahí queda el resultado: paisaje común, ritmo, tierras de labor, el horizonte del esfuerzo solidario, etc., lo que está a la vista.
En el siguiente cuadro posterior (1981), con el despliegue de color, todavía la energía de la materia se pone aún más de manifiesto en este apunte rápido del natural. Las texturas de paleta y la claridad central, cuando el cielo se abre tras la tormenta de verano, empiezan a perfilar las formas; muy matizadas ya la vegetación y las florecillas del primer plano. Este cuadro es como una ejemplificación de los versos del poema Paso a la aurora del Jorge Guillén del Cántico del año 1954:
[…] Con el frescor se esparce
La novedad intacta de un origen […]
¿La luz no es quien lo puso
Todo en su tentativa de armonía? […]
Y todavía más en el siguiente estudio de la deconstrucción de un bodegón clásico (1982-3) con su sandía, sus peras, su limón, sus higos, el paño sobre la bandeja con su puntilla, etc.
En fin, como si todo desembocara en la explosión de la exposición que ahora nos ocupa, en la que no solamente se expresa una preocupación del autor por la conservación de la naturaleza, sino que tal vez de manera inconsciente se apunta con claridad a un mensaje de tipo moral. Y es que frente a la provinciana e indigna rapiña social de los neoliberales, esa acumulación por desposesión (Harvey y Wallerstein) que tan bien ha ejemplificado aquí el gobierno de 2011-2015 en Castilla-La Mancha, hace falta un modelo como el de la felicidad del sol que “nunca se sentiría más opulento que cuando hiciera remar con remos de oro al pescador más pobre” (F. Nietzsche, Gaya Ciencia. CALAMVS SCRIPTORIVS, Barcelona, 1979, pág. 181).
Aunque todavía nos puede mostrar un ejemplo más profundo. No sólo una forma de comportamiento, de generosidad frente al egoísmo de la absurda individualidad posesiva, sino una manera de ser, de entender la libertad no ya como una construcción cultural, que incluso algunas tradiciones culpabilizadoras se quieren apropiar para domesticarla y hacerla manejable y previsible:
sino también, además, de entender la libertad como la vocación contrariada de la materia. (Horkheimer y Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 1994, pág. 228). Ahí están esas instantáneas del sol, de cómo se rebela de su pura materialidad. Lo anticipó la genialidad de Nietzsche respecto de lo que casi un siglo después la ciencia llamaría las estructuras disipativas, de las que la intuición visual de Rodríguez Cuesta se ha apropiado, y que ahora nos ofrece, con su generosidad, en la exposición que ayer fue inaugurada.