Hace miles de años nuestros antepasados miraban a las estrellas para saber cuándo vendría el frío o el calor, cuándo tenían que comenzar a sembrar o recolectar o cuándo comenzarían los procesos migratorios de determinados animales para cazar.
La observación de cielo no se remonta a la época en la que se disponía de instrumentos más o menos precisos. La curiosidad primero y después la certeza de la utilidad de la observación astronómica llevó, hace miles de años, al ser humano a construir grandes estructuras megalíticas o monumentos a base de enormes piedras.
‘Por qué mirábamos las estrellas’ (Cálamo, 2022) es el primer libro del ingeniero de Telecomunicaciones, divulgador y astrónomo aficionado, Antonio López Verde (Casas Ibáñez. Albacete. 1981). Se presenta este miércoles 18 de mayo, a las 19 horas, en la Biblioteca regional, con sede en el Alcázar de Toledo, dentro de las actividades del colectivo ‘Ciencia a la carta’.
“Desde tiempos remotos el hombre se fijó en que el Sol, ese objeto del cielo, marcaba sus momentos más importantes del año. Y eso generaba cierto miedo. De ahí que surgieran las ceremonias de adoración o las ofrendas”, explica el autor albaceteño.
Lo que ocurría en el cielo no solo dio origen a ciertos procesos ‘religiosos’ sino que ayudó a establecer el ciclo de la agricultura. “Les ayudaba a situarse en el tiempo y mejorar su calidad de vida”. Y para eso construyeron grandes estructuras sobre las que todavía hoy existen muchos interrogantes.
Con prólogo del divulgador murciano Daniel Torregrosa, el libro propone un viaje por grandes estructuras megalíticas y otros lugares del mundo como las cuevas de Lascaux, en Francia. “Datan de hace 20.000 años y podrían ser las primeras pinturas rupestres de la constelación de Tauro”. Nuestros antepasados, explica, ya fueron capaces de representar las Híades y las Pléyades, estrellas pintadas en color rojizo en la cueva. “Están rodeadas de toros en diferentes posiciones que equivaldrían a su situación en el cielo en los distintos momentos del año”.
Pérez Verde recorre el complejo arqueológico de Brú na Bóinne, en Irlanda, el dolmen de Soto en Huelva, donde se ha encontrado un mapa estelar que representaría a la constelación de Orión o la ciudad boliviana de Tiwanaku o Tiahuanaco- que data del II o I siglo antes de Cristo- cuyos edificios están alineados con la salida y puesta del sol y señalan con precisión los equinoccios y solsticios.
El libro también es un paseo entre ‘crómlechs’, monumentos del Neolítico, con unos 5.000 años de antigüedad, compuestos por rocas colocadas en círculo o en óvalo. La palabra crómlech procede de combinar los vocablos galeses de crwm (piedra plana) y lech (curva o curvado) y el más conocido es el de Stonehenge, en Reino Unido, aunque Pérez Verde también invita a recorrer el más grande de la Península Ibérica, el crómlech de Los Almendros, que está en Évora (Portugal).
Y se detiene en particular en el monumento de Totanés. En este pequeño municipio de 400 habitantes, los investigadores del Grupo Cota 667 localizaron en 2018 lo que parecía un conjunto megalítico y pudieron confirmarlo. Hablamos del ‘Stonehenge’ toledano. “Allí surgió este libro”.
Pérez Verde explica que este monumento, como sus homólogos en otros puntos del mundo, tenía una utilidad astronómica muy clara: era un calendario. “Pude comprobar que algunas rocas estaban alineadas con los solsticios y los equinoccios que marcan el cambio de las estaciones del año”.
En Totanés, hace unos 4.500 años, “aún no se habían inventado las matemáticas pero sus habitantes sabían calcular la salida del Sol durante el solsticio de verano o de invierno. Me sorprendió su capacidad matemática y esa curiosidad. Hay que pensar que en aquella época su objetivo fundamental debía ser llegar vivos al final del día”. Y por eso, sostiene que quizá “fueran los primeros científicos, aquellos que no solo se centraban en sobrevivir sino a observar el cielo. De día y de noche”.
Este ingeniero que trabajó en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) también rinde homenaje a los primeros instrumentos creados por el hombre para observar el cielo. El disco celeste de Nebra, enterrado entre el 1560 y el 1600 antes de Cristo en Alemania -representa un paisaje celeste que relaciona la Luna creciente con las Pléyades y sincronizaba los años solares (365 días) y lunares (355 días)- o el mecanismo de Anticitera, encontrado entre los restos de un naufragio frente a las islas griegas y que, dice Pérez Verde, “es como un Google Sky que podríamos tener en nuestro móvil”.
Eventos celestes como los eclipses, las supernovas y los cometas también forman parte de esta publicación de 200 páginas “que he querido hacer muy comprensibles para cualquier público” y se ha fijado, en particular, en el escudo de Teruel. “Incluye un toro que observa una estrella. El término Teruel funde las palabras 'toro' y 'Actuel' que es el nombre de una estrella que muchos atribuyen a la supernova del año 1054 en la constelación de Tauro”.
El divulgador publica a menudo en su blog Astrométrico y su próximo libro ya tiene fecha de publicación. El 24 de mayo sale a la calle una segunda publicación dedicada al planeta Marte.