
Ayuda humanitaria a Ucrania por Cruz Roja
Un mes. Ese es el periodo de tiempo que ha trascurrido desde que Putin inició la violenta y destructiva ocupación de Ucrania, un país en la frontera de la Unión Europea. Y lo que estamos viendo nos permite ser conscientes de lo que puede significar el colapso social, económico y, muy probablemente y en relación con los anteriores, el colapso ambiental en muchos lugares del planeta, incluido nuestro propio territorio, a raíz de las medidas que se proponen para abordar las consecuencias de esta guerra.
Vamos por partes. Ya vemos la primera de las consecuencias de este conflicto. Una subida generalizada de los precios de la electricidad y de los carburantes como consecuencia de una doble causa. Por un lado, unas tarifas eléctricas generadas en un supuesto mercado, controlado por las propias compañías, que hacen pagar a los consumidores y la industria, al precio de la producción más cara: el gas natural. A pesar del gran desarrollo de las renovables, que son las más eficientes y las más independientes de países externos. Y resulta que una parte importante de ese gas procede de Rusia. Y la segunda causa es la subida de los carburantes y demás derivados del petróleo, que es el otro desencadenante de este ensayo general del colapso.
Ha hecho falta una subida del petróleo por encima de los 100 dólares por barril para que la economía entera se tambalee y el conflicto social se haya instalado en la sociedad, en forma de amenaza de desabastecimiento, bloqueo de la distribución y carencia de productos básicos para mantener la agricultura y la ganadería intensiva que sustentan nuestra alimentación.
Cada día sabemos un poco más sobre cómo funciona esta “globalización” que hace apenas unos años se nos ofrecía como la mejor de las fórmulas para el desarrollo global de todos los habitantes del planeta. Así, por ejemplo, sabemos que el aceite que hace funcionar las conserveras del pescado, las freidoras de la hostelería o las fábricas de galletas dependen de los suministros de Rusia y de la propia Ucrania. Hoy he escuchado la noticia de que una pequeña fábrica de patatas fritas, en un pequeño pueblo de Teruel, ha parado su producción porque los precios del aceite de girasol son inasumibles en su economía doméstica.
Otra de las consecuencias de esta injusta y terrible agresión de Putin y causa de este inicio del colapso es la subida de los precios de los cereales, de los fertilizantes y de los pesticidas. Y así hemos sabido que los derivados de los cereales que nos alimentan y alimentan a los animales de la ganadería que proporcionan la carne, los huevos o la leche que forman la base de la alimentación de los países más desarrollados como el nuestro, proceden en gran parte de Rusia o de Ucrania. Y esa dependencia ha hecho que se desate la especulación de los mercados de esa globalización.
Es curioso que las organizaciones agrarias de nuestro país hayan proclamado tantas veces a lo largo de la pandemia que su actividad nos proporcionaba alimentos y ahora hemos sabido que esos alimentos básicos proceden de miles de kilómetros, mientras que en España se producen verduras y hortalizas que viajan a esa misma distancia, vino que produce excedentes año tras año, o almendras que abastecen los mercados americanos o árabes, provocando una dependencia de precios que empiezan a conocer esos productores españoles, más pendientes de los mercados que del buen manejo de la tierra y de los recursos como el agua y el suelo.
La agricultura intensiva que llevamos años denunciando sus efectos perjudiciales en el medio ambiente, vemos también que empieza a manifestar su insostenibilidad social y económica. En solo cuatro décadas, hemos asistido a una trasformación absoluta del sistema que nos proporcionaba alimentos. La leche que nos proporcionaba el lechero en nuestras casas dejó paso a la obligación de venderla a la central lechera que se instaló en la periferia de la ciudad. A los pocos años, esta central se vendió a un grupo nacional, que la cerró al poco tiempo, para suministrar leche en los supermercados. Ese grupo fue absorbido años después por un gran grupo de alimentación. Y, en la actualidad, ese grupo tal vez pertenece a un grupo de inversión de EE.UU., China, Reino Unido … o las Islas Caimán. Y la leche procede de cualquier lugar de Europa, mientras que en las proximidades de Albacete no hay ni una vaca que nos la suministre. Así con las patatas, el trigo, las lentejas, el pollo o los huevos.
El conflicto social alimentado por todas estas causas se empieza a vislumbrar ahora también en diferentes sectores: trasportistas, agricultores, ganaderos, pescadores, industrias de productos de alimentación. Y comienza a trasladarse al resto de la sociedad, provocando el conflicto político y sindical, del que se empiezan a beneficiar los populismos de las opciones de ultraderecha. ¿Nos suena? Así comenzó hace un siglo el auge del fascismo en Europa, que acabó como todos conocemos.
Pero además de todos estos aspectos, hay también consecuencias ambientales que aún no se han manifestado, pero que pronto empezaremos a ver y comprender y cuyos efectos serán mucho más perdurables que todos los conflictos económicos y sociales. Por supuesto no nos referimos únicamente a los que va a producir el sistemático bombardeo de Ucrania y que ha destruido ciudades, bosques, campos de cultivo o polígonos industriales. Por no hablar de las terribles consecuencias si se produce un nuevo escape nuclear de la central de Chernobil, como consecuencia de su insuficiente mantenimiento, ni del uso del armamento nuclear con el que ha amenazado Rusia y de consecuencias imprevisibles y devastadoras en todo el planeta.
Las consecuencias ambientales también se van a producir en nuestro territorio, si las propuestas de las organizaciones agrarias o de algunos dirigentes políticos, incluido los que dirigen nuestra comunidad autónoma, se ponen en marcha. ¿A qué nos referimos? Entre las exigencias de los agricultores y otras organizaciones supuestamente defensoras del mundo rural, se han trasladado estos días a la sociedad, hay algunas que son auténticos despropósitos que van a traer aún más destrucción de los sistemas de soporte natural que nos tienen que seguir alimentando en el futuro. Vamos a analizarlas.
En primer lugar, han exigido que se eliminen las protecciones ambientales que se han ido consiguiendo en las últimas décadas en la Unión Europea y en España, como es la extensión de áreas de protección de espacios naturales valiosos, que forman la Red Natura 2000. Incluso han pedido como medida de solución, que se permita la caza en parques naturales o nacionales. ¿Alguien puede explicar qué beneficio proporciona ese tipo de soluciones al conflicto actual? Seguramente estas medidas parten de esos mismos sectores que llevan años descalificando a las organizaciones ambientales y que ven en la protección de la naturaleza un freno a sus prácticas agrícolas y ganaderas cada vez más insostenibles y que han provocado la contaminación de suelos y acuíferos, el aumento de la erosión o el deterioro de lugares como las Tablas de Daimiel, el mar Menor o el parque de Doñana.
Otra de sus medidas “salvadoras” de la agricultura y de los agricultores es la eliminación de permitir los barbechos, para explotar sistemáticamente las superficies agrícolas, a costa de un mayor consumo, necesariamente, de productos agroquímicos. Es curioso que propongan esta medida cuando se quejan, precisamente, del encarecimiento de dichos productos. Pero ¿qué consecuencias trae esta medida? Una de las más evidentes es la pérdida de rendimiento del propio suelo y la pérdida de la biodiversidad asociada a estos barbechos, como son los propios insectos polinizadores, imprescindibles para que se produzcan las cosechas. Pero parece que estos mal llamados agricultores, ni saben ni quieren entender de estas cosas de la biodiversidad. Pero lo que no nos dicen en sus argumentos es la profunda trasformación de los usos agrarios que se llevan produciendo desde hace poco más de veinte años, con la extensión del viñedo en espaldera, los cultivos intensivos de regadío y, aún más recientemente, de las plantaciones de almendro, olivo o pistachos, que han sustituidos las amplias superficies cerealistas de secano, que han caracterizado durante siglos las amplias llanuras de muchos lugares de España y, más cercano, de Castilla La Mancha. ¿Por qué no se movilizaron entonces contra esas subvenciones, que le prometía pingües beneficios a corto plazo y que han empezado a revelar también su insostenibilidad económica? Ahora piden que les autoricen a destruir espacios naturales para volver a cultivar el trigo, el girasol y otros cereales, que ahora han adquirido precios más que competitivos. ¿Cuántos se estarán arrepintiendo ahora del gasto que les supuso la plantación de miles de almendros en el lugar donde sus padres cultivaban trigo?
Evidentemente, las soluciones a este conflicto provocado por un hecho tan trágico como puntual como es la guerra de Putin, no son sencillas. Pero elegir el camino ya conocido de un mayor deterioro ambiental, no puede conducir a un futuro más seguro ni más sostenible. Esperamos de las autoridades europeas y españolas algo más de sensatez que las que llevan vociferando algunos representantes de las organizaciones agrarias y de cazadores desde hace años, y que son las mismas que llevan vaciando los pueblos y eliminando de la agricultura a los más jóvenes. La España vaciada es consecuencia de esas prácticas.
José Julio del Olmo, Ecologistas en Acción de Albacete