Hubo un tiempo en el cual Albacete fue montaña. La montaña mágica que Thomas Mann situó en los paisajes de Davos y a cuyos sanatorios acudía la gran burguesía de media Europa para respirar el aire limpio que emanaba de sus bosques.
Era tiempo de guerra -también Grande- cuando empezamos a ser conscientes de los defectos de la vida industrial; del germen de la globalización y de sus enfermedades añadidas en cuerpo y alma. Se hizo necesario entonces buscar un lugar de purificación y sosiego, el Shangri-la que James Hilton imaginó al pie del Himalaya.
A pequeña escala, nuestra ciudad también vivió su particular progreso. Emprendedores venidos de Levante, del Norte y de Madrid decidieron modernizar Albacete y construir en medio del páramo ralo la montaña mágica y el piedemonte tibetano.
Empezaron por diseñar un parque que es un bosque y, como tal, erigir alrededor sanatorios y viviendas en forma de casonas alpinas, de tejados afilados y entramados fingidos de madera pintada de verde, siempre con un toque oriental 'ad hoc'. Encontraron a un arquitecto de imaginación desbordante, Daniel Rubio, e hicieron de ese nuevo Albacete 'la pequeña Suiza', para sanear el llano y sus habitantes.
Hoy, en plena pandemia de estupidez e insensibilidad desbordantes, ha caído el último de estos 'hotelitos' que conectaban la ciudad con la montaña. Eliminado el bosque, solo nos queda un jardín domeñado por bloques de ladrillo sin gracia y fuentes de inspiración granadina.
Pero no se preocupen, en Feria siempre podremos disfrutar de otra nueva exposición sobre el patrimonio local, eso sí, en papel y en blanco y negro y decir aquello de “¿cómo pudimos destruirlo?”. ¡Qué barbaridad!