Yo no soy analista político. No entiendo demasiado de esto. No sé muy bien qué es un discurso performativo, la hipostatización, ni tengo muy claro si el nepotismo es reaccionario o no. No sé la diferencia entre la extrema izquierda radical filo-castrista, la estalinista o la bolivariana; no controlo sobre federalismo y soberanismo; sindicalismo y cooperativismo.
No he leído a Gramsci, ni “La gran guerra por la Civilización” y tampoco a Laclau.
Sobre Agambem y el liberalismo clásico no podría hablar una palabra. No termino de pillar a Soros y a su Open Society, aunque tengo claro que tiene demasiado dinero como para fiarse de él. Sinceramente a veces no sé siquiera si vivimos en una distopía o no.
Eso sí, quise saber algo de transversalidad y espacios agradables y me salió el tiro por la culata —como se dice vulgarmente—, lo confieso, pero eso es otra historia y merece ser contada en otra ocasión, como decía Michael Ende.
Lo que sí sé es que, la abertura en canal que está protagonizado el PSOE, no por primera vez, (ahí estuvieron Prieto y Largo Caballero y también Guerra y González atizándose lo suyo), es francamente repugnante.
Ver a unos y a otros intentar legitimar su participación en este aquelarre es sonrojante. Es cierto por otra parte que si me pidieran que eligiera un bando, de todas-todas, escogería el de Sánchez, simplemente por evitar, si es que aún estamos a tiempo, 4 años más de PP. Por incomodar un poquito al IBEX. Porque la socialdemocracia se vaya a freír espárragos en esa Europa descompensada que nos han servido fría, y para ponerle un palito made in Spain a la rueda del neoliberalismo.
Yo no soy analista, ya lo he confesado, y menos político, pero aun así soy consciente de las devastadoras consecuencias que esta guerra civil, por llamarla de alguna manera, va a acarrearle al partido de la rosa. Militantes, bases y votantes socialistas están obligados a tomar partido en la reordenación ineludible de la deriva de su partido, esa deriva que la socialdemocracia lleva años propiciando armada de su vacío ideológico.
No se engañen señoras y señores, esto es la crisis socialdemócrata a la española. El instante en el que el horror ha asomado en ese fatal momento en el que el PSOE ha tenido una posibilidad real de escorarse, por primera vez en dos décadas, hacia la izquierda.
Ver hoy en todos los noticieros el búnker en el que han convertido Ferraz, notar el olor a cuervo carroñero por todas partes, sentir a los 17 chacales aproximándose desde todas partes para dar el cerrojazo final a un posible gobierno progresista (o eso dicen), y, sobre todo, oír a las bases renegar de Felipe González y de los barones, con la decepción en la boca, la mirada y el alma, sinceramente, ha sido asistir a la cruda caída total de una opción que un día ilusionó a tantos, hasta unos niveles difíciles de superar.
Especialmente desvergonzada ha sido la escena a cargo de Verónica Pérez con su “yo soy la única autoridad en el PSOE”, una chiquita cuyo C.V. está plagado únicamente de cargos en el partido, que lleva en el pesebre desde que le dejaron arrimarse a él y medrando al calor de esa representante absoluta de Andalucía —o así lo cree y hace creer ella—, que es Susana Díaz, la heredera, ustedes ya me entienden, y que me parece (después de Felipe-puertas-giratorias), en todo este esperpento y con diferencia, el peor de todos los personajes.
Lo siento —hablo de corazón—, por todos esos que creen y creyeron en una opción política que supuestamente iba a ser capaz de vertebrar la realidad democrática española, sin entrar en la clase y alcance de dicha democracia , y que abandonan ahora, que rompen sus carnés y a los que nadie, ni Susanita de la casta de los fontaneros con sus hilos y puntadas, ni ningún Comité va a devolverles esa certeza de que estaban en el bando correcto, de que su país podía, de manos del partido obrero, llevarles a una vida digna, a una sociedad moderna, demócrata, libre y sostenible en la que poder envejecer disfrutando de su bienestar y el de los suyos.
Ya lo dije al principio, no tengo idea alguna de política, no soy analista, no me hagan demasiado caso…