La Plaza de la Constitución acoge este jueves, a partir de las 19.30 horas, el concierto de la cantante Djely Tapa, descendiente de una estirpe de ilustres griots de Mali, que se ha programado dentro del Festival Nómada de Cultura Africana HARMATÁN, a iniciativa de las Concejalías de Cultura y Atención a las Personas, dentro de la 26º Primavera Solidaria.
El corazón de Albacete se animará con un repertorio entre atmósferas de Sahel, blues y electro, reflejo de su identidad musical, y de su último trabajo musical, Barokan, un homenaje sonoro a la mujer y a la africanidad, que Djely Tapa interpreta con una voz profunda y la fuerza de sus raíces.
Barokan evoca en su título la libertad, valentía y fuerza de la mujer africana. “Todo lo que ocurre en esta tierra pasa por la mujer”, apunta la artista, que ha dedicado una de sus canciones a una princesa símbolo de la emancipación femenina, “el estereotipo de la mujer africana sumisa no se corresponde con la realidad del continente”, explica Djely Tapa.
Sus melodías encantadoras, interpretadas en malinké, bambara y khassonké destacan a lo largo del álbum entre los sorprendentes agudos y las notas bajas de su timbre distintivo.
La cantante, originaria de la región de Kayes, al Oeste de Mali, divulga en la escena internacional las sabias palabras y el arte vocal de los griots, figuras emblemáticas de la sociedad maliense antigua y contemporánea, cuyos orígenes se remontan al Imperio Mandinga del siglo XIII. «Maestros de la palabra» y custodios del conocimiento oral, músicos e instrumentistas de la kora, los griots ante todo son historiadores.
Djely Tapa es hija del mítico griot y bailarín Djely Bouya Diarra y de Kandia Kouyaté, una de las mejores cantantes de Mali.
“Nací en una familia en la que la música, el canto y la danza forman parte de lo cotidiano”, dice ella, que aprendió la práctica vocal de su abuela, sus tías y su madre. Dejó el canto para consagrarse a sus estudios y ya instalada en Canadá fue reclamada para retornar a la música por sus compañeros de la diáspora negra en Montreal: “retomar la música ha sido sobre todo una obligación”, afirma.
El retorno al canto no ha sido fácil, confiesa, “he sido arrullada por las historias, los cuentos y la danza, pero el escenario es otra cosa. Se nace griotte, pero el artista no nace, se hace. Es una profesión que hay que aprender. Poco a poco, me reencontré con mi voz. Me he enriquecido de diversos estilos de música gracias a mis viajes por Mali. En Canadá, también me he interesado por otros géneros, como el jazz y el electro”.
La cantante ha superado este reto audaz y se ha convertido en una estrella imprescindible del panorama musical canadiense. Su reto es ser embajadora del arte de la griotique y explorar nuevas fronteras de un estilo, el suyo, portador de valores universales y a la vez anclado en un contexto histórico y cultural específico.