No soy capaz de escribir sobre un solo tema. Casi a diario sucede algo que conecta con mis entrañas y que necesito denunciar desde aquí. Sacarme de dentro.
En estos últimos días ha habido un poco de todo pero ya adelanto que, de momento, me niego a hablar de política, mi decepción es inmensa y mi rabia también; interpreten pues mi silencio como gusten.
En México tenemos al sacerdote José Ataulfo García, un cubo de basura que confesó haber abusado de decenas de niñas y que ha sido absuelto por la Arquidiócesis Primada de cualquier delito. El inmundo admitió haber violado al menos a ¡30 menores de entre cinco y diez años dándose la circunstancia de que este hijo de mala madre está infectado del VIH! ¿No tenemos para una columna gruesa con este tema?
También me gustaría expresarme acerca de la sociedad machista, racista y heteropatriarcal que domina este mundo en el que coexistimos lo mejor que podemos hasta que haya otro que colonizar. Tengo ganas de alinearme con esas luchadoras que algunos denominan feministas, otros feminazis y que yo prefiero llamar mujeres a secas. Lo siento chicos, hoy toca llamar a las cosas por su nombre.
Previamente quiero aclarar algo: no soy feminista y tampoco apoyo a todas esas que han hecho de “la causa” una forma de vivir y de conquistar cuotas de poder atacando para ello al hombre sin argumentos, por el hecho de serlo. Yo no tengo que pedir perdón por ser hombre ni me siento cómodo con ataques feminazis, pero dicho todo esto, hay que reconocer que la sociedad es tan asquerosamente machista que, puestos a elegir, me quedo con la lucha de las mujeres.
No es tolerable ni de sentido común y no hay un atisbo de belleza por ejemplo en una colección que comercializa Planeta DeAgostini de muñecos sobre Historia en la que no hay ni una sola mujer. No es de recibo. No es comprensible. En pleno 2016 esto no se puede sostener.
No es admisible el tratamiento sexista que ciertos medios hicieron durante las pasadas olimpiadas manchando como lo hicieron, minimizando si quieren, los méritos de nuestras deportistas. Todos sabemos de qué hablo. Fue una absoluta vergüenza. No sólo ocurrió en España. Fue global, porque el machismo es así: global. Dominante.
No tengo manera de volcar aquí la tristeza y decepción que sentí al enterarme del suicidio de Tiziana Cantone que se ahorcó humillada por todo un país: el suyo. Que fue víctima de la venganza de un exnovio que subió un vídeo a internet de contenido sexual en el que ella aparecía. Sufrió un acoso en la red y en la calle que ningún ser humano merece. Se despidió del trabajo, se intentó cambiar el apellido y se mudó de ciudad. No sirvió. Desde famosos que la ridiculizaron hasta un grupo musical que le dedicó una canción de mofa. Una panda de indeseables.
Ganó una batalla legal contra los sitios que reproducían el material que la afectaba para que lo retirasen, pero, mundo inexplicable y oscuro, un juez estuvo de acuerdo en que compensara con 20.000 euros a las webs una vez eliminado, ya que dichas empresas argumentaron que un vídeo grabado con su consentimiento debía poder exhibirse. Cosas de la justicia. Qué les voy a contar que no sepan.
La decepción se agudiza cuando se leen los comentarios que los artículos que sobre este tema —recomiendo el de Barbijaputa, “porno de venganza”—, suscitan. Es para avergonzarse de ser hombre. Es para decir: ¡ya basta!
Quiero también mencionar las fotos, ya que hablamos de prensa sexista y cutre de la peor ralea, con las que mostraron en diarios y televisiones a la desaparecida desde el 22 de agosto Diana Quer, que motivaron otra colección de comentarios vergonzantes sobre si pasear sola en pantalón corto motiva, explica o justifica que te vaya a ocurrir algo en contra de tus deseos. Es tan nauseabundo que atraganta. No puedo entender tanta aberración y necedad.
En esta ocasión, no obstante, quiero centrarme en el caso de María José Abeng, una española nacida en Guinea a la que “el sistema” le arrebató a su hijo nada más nacer y al que ni siquiera pudo abrazar.
Les aconsejo que lean su carta abierta donde explica cómo la Administración le priva de ser madre ayudada por psicólogos y trabajadores sociales, aunque en realidad no es una carta, sino un poema, y, como las mejores, cargada de dolor. No creo que haya una manera más real, sentida y honesta de contar esta historia que la que ella misma firma.
En ella explica cómo, con 11 años de edad, tiene la mala idea de dirigirse a un cuartel de la guardia civil para que medien entre ella y su madre, ya que ésta la obliga a vivir como una guineana en vez de una europea. De ahí, asuntos sociales de por medio, acaba internada en un centro. Como lo oyen. No es ciencia ficción, es un infierno de trabajadores sociales + sistema + absurdo a partes iguales.
Ese infierno se agrava cuando tiene 14 años y, en el internado, se queda embarazada. Todo ese sistema que se encargaba de “protegerla” no pudo evitar esta situación. Cuando la madre de María José pidió explicaciones la administración contestó que no se preocupara que el niño iba a ser dado en adopción. El infierno no está bajo la tierra lleno de llamas. El infierno está en los centros de menores donde te arrebatan niños para “protegerte”.
María José por primera vez cambió su “película mental” y el mundo que había creado para protegerse de los que la “protegían” se desmoronó. Comprendió que ser madre iba a ser su manera, por primera vez, de ser feliz. Pero la administración entró en pánico: ella podía pedir responsabilidad patrimonial por aquel embarazo. Podía hablar más de la cuenta. Así que el 4 de junio de 2012, tras una cesárea, le arrebataron a su niño, quedaría muy poético decir, de sus brazos, pero sería faltar a la verdad: ni siquiera le dejaron abrazarlo. De las manos de los médicos pasó a la administración, al “sistema” que la “protegía”, a ella y a la criatura. No la dejaron tocarle, amamantarle ni siquiera besarle. Pasó 7 días llorando como supongo que ninguno de nosotros ha llorado jamás. De ahí al centro de nuevo, para comunicarle que su hijo estaba en otro, otro centro, y que iba a ser dado en adopción.
A partir de aquí el infierno sigue de la siguiente manera: 1 hora a la semana puede ver a su hijo, luego 1 hora al mes, y por fin, tras 3 meses le suspenden todas las visitas. Juicios perdidos uno detrás de otro y su madre, la abuela molesta, presentando recursos que se perdían.
En el año en el año 2013, la Jefa de la Sección de Centros de Menores del Principado de Asturias, le escribe a María José Abeng, literal: “también cabe la posibilidad, aunque no estés conforme con el acogimiento preadoptivo de tu hijo, de que no recurras al entender que lo mejor para tu bebé es tener unos padres que le puedan dar todo lo que tu querrías pero no estás en condiciones de darle y, que te despidas llegado el caso de JUAN FRANCISCO”. El infierno no está en Dante, está aquí.
Pero la fuerza de una madre es algo incontestable, es la mayor que la naturaleza provee y ésta en concreto lucha durante años hasta que por fin, un buen día, una letrada se une a esta causa, probablemente otra madre, y juntas consiguen que, no 1, sino 3 peritos (2 psicólogos y 1 trabajadora social), deshagan esta aberración legal que otros habían fabricado contra natura. El niño va a ser devuelto a su madre.
¿Creen que todo ha terminado? Se equivocan. Esos farsantes, esos desalmados, esos caraduras que se daban golpes de pecho exigiendo quedarse con un niño, un hijo, una vida que no era suya, que todos recordamos en un mar de lágrimas, de paroxismo, arropados por esos medios objetivos que conocemos bien, aparecían reclamando justicia y muchos, seamos sinceros, pensaban: “¡vaya madre!, entrega a su hijo porque no lo quiere, porque no sabe cuidarlo y ahora lo reclama”. Si te llamas Inés Ballester además a la madre la llamas negra y te quedas tan a gusto.
Si alguien lee el poema de María José se enterará de que la recogida es dictada por un juez en unos términos que estos caraduras preadoptivos se pasan por el arco de triunfo.
María José estuvo de acuerdo en que la entrega se hiciera con una “adaptación”, porque no se entrega a un niño de unos brazos a otros de un día para otro, así que ella, más persona que madre, más humana que ninguno de los protagonistas de esta historia, consiente y la entrega se dilata hasta el día 8 de agosto, ya que se fija un acoplamiento desde el día 3. María José viaja 14 horas en tren para comprobar que la familia adoptiva no aparece. Ni el día 3, ni el 4, ni el 5, ni el 6, ni el 7 ni el 8. No puedo expresarles lo que esa madre sentía cada día al comprobar que su hijo no aparecía ni le daban noticias de él. Para eso ya está ella y su poesía. Otras 14 horas de tren de vuelta a Asturias con el coche de la patrulla canina y las tortugas ninja que había comprado para su pequeño mientras pensaba minuto a minuto si estos padres de pega, no les puedo llamar de otra manera, se habían fugado con su hijo para siempre. No puedo llegar a hacerme una idea, ni como padre ni como persona, de lo que tuvo que ser ese viaje de vuelta al infierno.
Los preadoptivos están en busca y captura y el 5 de septiembre, tan sólo un mes de incertidumbre más tarde, son localizados por la Guardia Civil. Dilatan de nuevo la entrega negándose a ella y por fin el día 12, cuando María José vuelve a por su niño, se encuentra con una manifestación y lo mejor de la prensa patria reclamando justicia para esos pobres padres preadoptivos que quieren quedarse con un hijo de otra madre como el que le mueve las lindes al vecino para apropiarse de lo que no es suyo, pero provocando un poquitito más de dolor, se entiende, en las entrañas.
María José no insta la detención de estas personas de bien, a pesar de poder haberlo hecho. En cambio se encuentra con profesionales como el señor Fernando Ónega que reclama justicia, y ella se pregunta, ¿justicia para quién? ¿Y qué sentido de la justicia mueve a estos padres, su interés o el del menor? (yo de esto, por desgracia, sé un poquito).
“¿Qué oscuro trasfondo mediático esconde mi caso, que se ha hecho noticia a nivel nacional, como si hablásemos de una cuestión de interés nacional?”, se pregunta esta madre en su escrito, su poesía y sus vísceras. También el por qué se cuestiona a su pareja, que ha sido investigada, según su versión, para comprobar si la maltrataba o no, porque sin duda sembrar la sospecha del maltrato parece ser muy fácil y muy efectivo, como lo es meter a la nueva pareja en la ecuación para echar balones fuera. Nadie menciona en cambio su desahogada situación, que María José estudia marketing, su estabilidad personal, que tiene una hermana que es modelo internacional, y unos padres con medios que viven a caballo entre Suiza, Alemania y Asturias.
Yo desde aquí sólo pido examen de conciencia para todos esos que, aquel día como yo y como muchos, vieron en televisión a una madre bella, rota de dolor y europea abrazar a su hijo y aun así se cuestionaron, porque los medios vomitaban su discurso, si tenía o no derecho a ello.
Aprendamos, de una vez, que todas las historias tienen dos versiones y que, al menos, hay que conocer ambas antes de tomar decisiones, rubricar resoluciones, informes o, simplemente, dar la opinión en el bar mientras te tomas la cerveza y disecciones la vida de otros seres humanos.