“El verdor de la primavera nos recuerda que la vida es un llamado a la esperanza” – Abel Pérez Rojas.
Antes de comenzar a correr, tengo la costumbre de estirar en una entrada lateral del parque, frente a Hotel Los Llanos. Mientras me ato los cordones, alzo la vista y distingo ese rincón de piedras circulares...
“Salta una tras otra, pero si te saltas una, pierdes”. Así comenzaba la competición en los “quesitos”, pequeñas piedras circulares que son un monumento a nuestros recuerdos, que tan pronto nos convertían en pequeños Indianas Jones que en grandes filósofos mientras oscurecía. Es un rincón mágico.
Hoy, cumple el Parque Abelardo Sánchez, nada menos y nada más que 111 años. Muchos de ellos en una ciudad oscurecida, pero también en muchos de ellos, brillantes. Numerosos rincones nos evocan numerosos momentos. Los primeros pasos de la carrera me llevaban cerca de la ubicación de “El Pinar”, lugar donde reposan vasos de horchata bajo todo tipo conversaciones que acompañan al atardecer, donde el sol se desdibuja entre los árboles. Muy similares eran esos bancos “piperos” que acompañan al gran paseo. Pocas palabras son tan precisas y cobran tanto sentido como ese “paseo”.
Paseos conversando e intentando arreglar nuestra existencia con amigos/as o con nuestro móvil, paseos descubriendo historias de nuestros/as abuelos/as, paseos románticos, paseos caninos, paseos reflexionando, paseos intentando perfeccionar nuestros primeros pasos junto con nuestros padres hasta el Parque Infantil; otro lugar que nuestra mente empieza a divagar en un mundo donde fuimos acróbatas, piratas, polis y cacos, y mil fantasías más.
La fatiga comienza su visita, mientras rodeo el “Templete”; en nuestra infancia fue un castillo, y en nuestra edad más adulta es un rincón para rendir un bonito homenaje a la música. Homenajes también se rinden a otro arte: el cine y su cine de verano. No muy lejos hay otro parque, el “parque infantil de tráfico” donde mis rodillas hacían de colchoneta y alguna vez la pared hizo de freno. No sé si recordareis ese túnel del parque, daba realmente miedo. Sólo conozco un niño que se aventuró a cruzarlo... y ¡¡ no lo he vuelto a ver! Muy cerca de este “circuito” nos encontramos mi rincón preferido de Albacete: la fuente. Nunca nadie me escucho como ella. Tal vez allí crecí, tal vez allí superé mis obstáculos y tal vez allí me hice mejor persona. Tal vez allí me conocí mejor. Cerrar los ojos en este lugar, es verse a uno mismo. Por la noche, se engalana de luz y comienza a bailar con el “sonido” de nuestros pensamientos.
En definitiva, es un Parque, que en cada visita viajamos a nuestro pasado, descubrimos nuestro presente y planificamos nuestro futuro con nuestra mejor esperanza. Un lugar donde cada rincón nos puede esbozar nuestra mejor sonrisa.
Bordeando el Museo y ya exhausto, poco a poco comienzo a cambiar el ritmo, hasta pararme en el mismo lugar donde comencé. En la misma puerta del parque en la Avenida de España. En la misma puerta donde entre por primera vez, siendo niño, a mi nido de rincones verdes, al Parque Abelardo Sánchez.
“¡¡No vale ir por las baldosas, solo valen los quesitos!! ¡¡Ya no juego, voy a merendar mi bocadillo de chocolate!! “
Paro el cronómetro, 1 h 11 min.
Simón Gil