Lo primero que quiero hacer es trasmitir mi felicitación a la señora consejera y al Consejo Escolar Regional, por la diligencia en cumplir el acuerdo del pasado 26 de enero de este año, para decidir los días en que se tienen que recuperar los que se perdieron, como consecuencia de la borrasca “Filomena”. Solamente han necesitado nueve días para decidir qué días no lectivos hay que eliminar del calendario aprobado al inicio del curso, sin necesidad de alargar el curso durante los días lectivos disponibles a finales de junio, y en los que, de todas formas, el profesorado tendrá que seguir yendo a los centros educativos, aunque no haya alumnos y alumnas.
Más allá de la legalidad o ilegalidad de esta medida, a la que los sindicatos del profesorado ya han anunciado su recurso, por si no fuera procedente con las atribuciones que les corresponde, en cuanto afecta a la modificación del calendario laboral de los trabajadores, me gustaría hacer algunas reflexiones.
En primer lugar, se trasmite a la sociedad la idea de que se va a hacer cumplir al profesorado con todos los días lectivos que determina el calendario, más allá de que causas de fuerza mayor hayan impedido en una gran parte de la región la movilidad del alumnado, sus familias, el profesorado o los demás trabajadores no docentes de los centros educativos. Supongo que esa decisión no tiene nada que ver con la que se tomó hace casi un año, cuando el inicio de la pandemia llevó a la suspensión de las actividades educativas presenciales, a pesar de que “…algunos quieren quince días de vacaciones”. Pero la realidad es que incide en esa idea que se manifiesta en ciertos ambientes, como seguro que la señora consejera habrá escuchado en muchas ocasiones, de que “los maestros tienen muchas vacaciones”. Supongo que la decisión que se ha adoptado por la Consejería y por el Consejo Escolar, no haya sido pensando en calmar esas opiniones.
En segundo lugar, y suponiendo que esta medida se ha tomado para poder recuperar los indispensables conocimientos que esos dos o tres días perdidos, según las localidades, pudieran provocar en el aprendizaje de nuestros alumnos y alumnas, desde la etapa Infantil y Primaria, donde cada día es fundamental en el aprendizaje, a la Educación Secundaria, donde las programaciones son tan ajustadas, que cada día es irrecuperable si se pierde, quiero suponer que en la Consejería estarán muy preocupados, y los padres y madres aún más, por el absentismo mayoritario y unilateral que un porcentaje muy elevado de alumnos y alumnas adoptaron los pasados 21 y 22 de diciembre en muchos centros educativos, y que pueden consultar en los partes de faltas de asistencia de las plataformas de Delphos. Allí estuvimos todos los docentes, en muchos casos, haciendo más bien de animadores socio culturales, con los escasos alumnos y alumnas presentes en las aulas, en muchos casos, sin llevar ningún material porque “si ya estamos de vacaciones, profe”. Pero que esa situación se venga repitiendo año tras año, ni le preocupa a los padres y madres, ni al Consejo Regional, ni a la Consejería.
Otro aspecto que quiero considerar es la forma en que se adoptó la decisión de suspender la actividad lectiva en toda la comunidad, sin considerar si las condiciones climáticas justificaban que fueran generales, aunque hubo comarcas enteras donde no cayó ni un copo de nieve, y las condiciones no impedían en absoluto iniciar las clases el mismo día 8 de enero, como estaba prevista o, por supuesto, el día 11 y 12. Seguramente en la Consejería era mucho el trabajo y no había tiempo para adoptar las decisiones en cada provincia en función de las condiciones meteorológicas. Y, en aquellos lugares en los que la suspensión se prolongó durante más de esos tres días, en muchos casos por el deterioro de las instalaciones, ¿se va a plantear la Consejería que recuperen los siete, ocho o diez días perdidos, o en este caso si se tiene en cuenta la “fuerza mayor”?
Hace solamente unos días, veíamos como desde el gobierno regional se rendía homenaje a determinados profesionales y el mismo Presidente agradecía el esfuerzo realizado por el operativo ‘Filomena’ porque “se han salvado muchas vidas”. Por supuesto, los docentes no queremos que se nos reconozca ni se haga alusión al teórico esfuerzo que cada día supone cumplir con nuestro trabajo, en aulas donde puede haber varios alumnos o alumnas que en un momento dado hayan estado contagiados o trabajando con ventanas abiertas a temperaturas inferiores a 10 grados y dando clase con guantes, abrigo y bufandas. Y que durante las dos semanas de regreso a las clases en enero no hayamos tenido ni siquiera recreo, porque había que quedarse dentro de las clases con nuestro alumnado, porque no podían salir a los patios, que estaban absolutamente impracticables. O que nos volviéramos a quedar durante otros tres días sin descanso, por el temporal de viento, porque era peligroso dejar salir a esos alumnos y alumnas, ante el riesgo de caída de ramas o de cornisas. No, yo no quiero reconocimientos. Solamente quiero que no se trasmita la idea de que se toman determinadas medidas para que a la sociedad no le parezca “que tenemos muchas vacaciones”.
Y una cuestión fundamental que no quiero dejar pasar por alto: la mayoría de los docentes no queremos ni oír hablar de tener que volver a la educación no presencial. Para la mayoría de nosotras y nosotros, lo que tuvimos que pasar el curso pasado fue sencillamente insoportable. A la tensión de no saber cómo abordar al principio la situación, vino después el caos de las diferentes formas de intentar comunicar con nuestro alumnado y, en muchas ocasiones, el estrés de estar todo el día pendientes de esa comunicación, unido a la desesperante situación del confinamiento. Por eso, cada vez que oímos hablar de un nuevo confinamiento y la vuelta a la enseñanza no presencial, como si fueran unas nuevas vacaciones, nuestra indignación aumenta.
Me dejo muchos temas en el tintero, como el nombramiento de profesorado al inicio del curso, que se retrasa en algunos casos, incluso semanas, o la sustitución del profesorado de baja, que no se sustituye durante quince días o más. O los días que se va a acortar el curso en junio para muchos alumnos y alumnas que aprueban todo en la evaluación ordinaria y que alguna mente privilegiada ha decidido que vengan para que los entretengamos con actividades poco menos que de animadores socio culturales, mientras otros alumnos y alumnas se supone que van a estudiar en unos días lo que no han hecho a lo largo de diez meses. Por no hablar del tema de las mascarillas, que ya sabemos que en Alemania han descartado las de tela porque no protegen y que nosotros hace tiempo que hemos dejado de usar porque nos temíamos que podía ser así. Ya nos gustaría que desde la Consejería se nos proporcionasen las que aconsejan los epidemiólogos (las FFP2) y que nos costeamos porque nos preocupa nuestra salud.
No se preocupe la señora Consejera, ni el Consejo Escolar Regional, la decisión tomada no nos gusta cómo se ha adoptado, como si fuéramos los responsables de la pérdida de aquellos días lectivos, pero no nos llega a suponer un mayor problema por ir un día más a clase. Al fin y al cabo, tampoco tenemos donde “irnos de vacaciones”, porque estamos mucho más preocupados de no contagiarnos.
José Julio del Olmo