A lo largo de la historia, antes de la aparición del feminismo como ideología y herramienta de lucha, las mujeres desarrollaron las más diversas estrategias de resistencia para escapar de la opresión machista. Curiosamente, algunas de ellas encontraron refugio en instituciones religiosas. Buen ejemplo de ello son las célebres beguinas, una especie de “monjas” que durante siglos fundaron por media Europa comunidades autosuficientes al margen del control masculino. También la excelente poeta sor Juana Inés de la Cruz se retiró a un convento como única posibilidad para desarrollar su talento literario.
Los caminos de la libertad son inescrutables. Durante la Edad Media hubo mujeres juglaresas que, para escándalo de muchos santos varones, deambulaban de acá para allá cantando, bailando y recitando historias. En el siglo XVII Catalina de Erauso se travistió de grumete y embarcó hacia América, donde protagonizó increíbles aventuras. Unos siglos después, la gran Concepción Arenal tuvo que ponerse pantalones para poder estudiar derecho. Cada una de esas apuestas vitales, cada uno de esos gestos, constituía a su manera un desafío para el orden establecido.
Pero si algo resultó intolerablemente subversivo fue el ejercicio de la denominada “brujería”. El poder no podía consentir la existencia de aquellas mujeres profundamente libres y sabias, unidas por vínculos de sororidad, que ponían en entredicho no solo el patriarcado, sino la misma estructura económica de las sociedades preindustriales. Lo explica a la perfección Silvia Federici en el ya clásico Calibán y la bruja. El capitalismo naciente necesitó enclaustrar a las mujeres en el ámbito doméstico para utilizarlas como reproductoras de mano de obra barata. Así de claro y así de crudo. Las diversas inquisiciones de los distintos estados no fueron más que las mamporreras de un modo de producción basado en la explotación del hombre por el hombre y, más aún, de la mujer por el hombre.
Por eso, hoy, más que nunca, necesitamos un aquelarre radical. Pablo Casado, con su habitual locuacidad de muñeco loco, realmente estaba indicando el camino correcto cuando denominó así el evento sobre “otras políticas” que reunió en Valencia a Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Ada Coláu, Mónica García y Fátima Hamed. Claro que sí. No hay duda. Necesitamos transvalorar todos los valores. Necesitamos reiniciar el sistema. Necesitamos acabar con la injusticia, con la desigualdad, con la corrupción, con las puertas giratorias, con los abusos de las grandes corporaciones, con los techos de cristal sociales y de género, con el racismo, con el machismo, con la homofobia, con el deterioro del medio ambiente… El planeta no aguanta otro siglo más de extracción ilimitada de recursos y extorsión infinita de personas. Necesitamos un aquelarre radical ya porque el dogma neoliberal de la competencia está convirtiendo el mundo en un inmenso juego del calamar incompatible con la vida.
Evidentemente, el proceso no va a ser fácil. A partir de ahora, toda una legión de torquemadas envueltos en banderas rojigualdas incendiará las redes y los medios y removerá Roma con Santiago para dinamitarlo. Por otro lado, no debemos olvidar que el fantasma de La vida de Brian siempre sobrevuela sobre el espacio de la izquierda y amenaza con fragmentarlo en un sinfín de Frentes Populares de Judea y Frentes Judaicos Populares. De modo que hay que andar con mucha cautela. El pasado fin de semana se celebró en Barcelona la III Asamblea de los comunes. La clausura fue como una especie de reedición ampliada del acto de Valencia. Yolanda Díaz apostó por “avanzar juntas en democracia”. En la misma línea, Alberto Garzón defendió el “trabajo conjunto” como “la mejor manera de proteger y ampliar los derechos (…) de las familias trabajadoras”. Llevan razón. No habrá cambios sin la concurrencia de mucha gente de procedencias y condiciones muy distintas. Pero, ojo, en esta ocasión sin duda es preferible que los hombres se hagan a un lado y cedan el paso a las mujeres, porque así son los aquelarres, y porque los excesos de testosterona y las masculinidades tradicionales latentes ya han jodido, por desgracia, demasiadas experiencias previas. Quién sabe, quizá esta sea nuestra última oportunidad para asaltar los famosos cielos, o por lo menos para intentarlo.