Hace cuarenta y dos años fue ratificada en referéndum por casi el 92% de los españoles nuestra Constitución, ley suprema bajo cuyo paraguas se garantizan los principios elementales que han regido durante el periodo de mayor estabilidad, prosperidad y avances sociales de la historia de España. En sus 169 artículos y sus 15 disposiciones se articula el modelo de convivencia que hace más de cuatro décadas nos dimos para iniciar, juntos, un camino de progreso. Hoy cabe reivindicar el espíritu de consenso y responsabilidad que la hizo posible. Precisamente ahora que, al frío del populismo, arrecia el viejo fantasma de las dos españas.
Si algo nos ha demostrado la historia de nuestro país es que cuando estuvimos divididos fuimos débiles y no encontramos sino el atraso, la miseria y la cizaña del odio cainita. Y que cuando estuvimos unidos, cada cual desde su legítima posición, identidad, sensibilidad e ideología, fuimos más fuertes, llegamos más alto, ofrecido un valioso ejemplo al mundo. El Equipo de Gobierno que me honro en encabezar ha protagonizado hace unos meses un hito en tiempos de división, firmando todos los partidos políticos, patronal y sindicatos el Pacto por Albacete, un compromiso compartido para reconstruir la economía de nuestra ciudad, maltrecha por los efectos de la pandemia de a la Covid-19.
Y es que la España en la que creo -como el Albacete en el que creo, naturalmente- es tan grande que nos alberga a todos. A todos los que queremos formar parte de este país moderno, ambicioso, respetuoso con su descomunal huella histórica y abierto siempre a los avances de los nuevos tiempos.
La España en la que creo es un país diverso y unido, con potencial para decidir su destino desde el respeto a los valores de nuestra Carta Magna. Me considero hijo político de la España del 78. La España del consenso que hizo posible el milagro de enterrar viejas heridas. Me identifico como ciudadano español con el legado de Adolfo Suárez, protagonista de nuestras mejores horas, espejo para tantos grandes políticos, hombres y mujeres de Estado, que fueron llegando después para consolidar nuestro régimen de libertades.
Claro que nuestra Constitución siempre ha tenido enemigos. Y por supuesto que es preocupante el hecho de que algunos de ellos ejerzan hoy su tóxica influencia desde dentro del propio Gobierno de España. Como alcalde de Albacete defiendo la colaboración entre instituciones porque es de ley, y siempre lo haré, pero nada me importará más que garantizar los intereses de mis vecinos ante quienes consideren que debe haber ciudadanos de primera y de segunda. Nunca cederé ni un milímetro en la lucha por la igualdad de todos. Porque los albaceteños no somos más que nadie. Pero tampoco menos.
Hoy vemos cómo muchos enemigos de la Constitución tratan de asentar la falacia de que el progreso consiste, en todo caso, en atacar aquello que nos une. Nada hay nada más progresista que defender la Constitución que oficializa nuestra condición compartida de ciudadanos libres e iguales. Por eso hoy, cuarenta y dos años después de su ratificación popular, y cuando nuestra ley suprema es atacada a diestro y a siniestro, quiero reivindicar la reafirmación de los valores constitucionales de concordia y libertad.
Reivindicar el pluralismo político, la independencia judicial, el compromiso por la limpieza en la gestión pública, la autonomía de los territorios de España desde la solidaridad y la cohesión. Nuestra integración en la gran familia europea.
La defensa de nuestra lengua común, vehículo de comunicación para más de 500 millones de personas en todo el planeta. Nada hay, como digo, más progresista que defender hoy la Constitución ante quienes la atacan, pues la Constitución los ampara también a ellos. Porque el maravilloso texto que hoy conmemoramos, honramos y reivindicamos es la oficialización misma del progreso. Y así debe seguir siendo. Así que celebremos hoy, con la razón, que España siga siendo una Nación unida y diversa, donde ningún ciudadano sea más que otro. Por mucho que algunos se empeñen.