Parte final
©Juan Ramón Moscad. Economista.
Uned Almansa. @jmoscad. [email protected]
En la III parte de este artículo hablábamos del populismo según expone Daniel Lacalle en el libro, sobre datos y efectos económicos del populismo, además de sus consecuencias. Y continúa diciendo:
Cuando, por ejemplo, el chavismo dice que la inflación viene porque los empresarios aumentan márgenes la falacia es evidente. Los márgenes empresariales se han desplomado en Venezuela más de un 90% desde 2008. Pero ... si “el Estado gasta, aumenta la actividad económica y se produce un efecto multiplicador” ¿verdad? No. La falacia del multiplicador del gasto público se ha demostrado en muchos estudios. En el historial de más de 44 países se demuestra que el efecto multiplicador es inexistente en economías abiertas, o altamente endeudadas.
El estudio de Ethan Ilzetzki, Enrique Mendoza, y Carlos Vegh, “How Big (Small?) are Fiscal Mutlipliers?” analiza la historia del impacto acumulativo del gasto público en 44 países mostrando que el multiplicador es cero en economías abiertas y negativo en economías abiertas y endeudadas.
El déficit acumulado son mayores impuestos después. Las preferencias de los consumidores, ante la represión financiera, no mejoran porque gaste el Estado. Solo genera mayor sobrecapacidad. Los nuevos monetaristas olvidan que su recomendación es precisamente lo que ha llevado a Brasil y a China a la sobrecapacidad industrial del 27% y el 38%. Y no son poblaciones con problemas demográficos. Asumir que la demanda se incentiva desde el gasto cuando hemos superado el umbral de saturación de deuda es simplemente un brindis al sol. Es decir “como ha fallado, repetir pero a lo bruto”. Ni siquiera si asumimos multiplicadores del gasto que hoy en día están más que desacreditados en estudios del Nobel Angus Deaton entre otros. El multiplicador del gasto público que usan muchos teóricos no se ha dado en ningún país desde al menos 1996. Son matemáticas.
Regar de dinero “nuevo” al sector público olvidando déficits y esterilizaciones, monetizando todo lo que se crea o el “QE Popular” es la misma locura y tiene los mismos efectos. Supone que el banco central pierda su ya cuestionada independencia y directamente se convierta en una agencia gubernamental que imprima moneda cuando el gobierno quiera, pero ese aumento de masa monetaria no se convierta en parte del mecanismo de transmisión que llegue a todas las partes de la economía, sino que el nuevo dinero solo sea para el gobierno para financiar un “Banco Público de Inversiones”.
El error de los monetaristas socialistas del “QE Popular” es que parte de la base, correcta, de que la expansión monetaria como la conocemos hoy no funciona, pero en vez de entender que imprimir moneda es simplemente una transferencia injusta de renta de los ahorradores y eficientes a los endeudados, parte de que el QE no es el problema, sino el mecanismo de reparto del “gas de la risa monetario”.
1) El primer problema es evidente. El Banco Central crearía dinero que se utilizaría para elefantes blancos, proyectos tipo Plan E y ciudad del circo, y, al contar el banco público de inversiones con financiación ilimitada, el riesgo de irresponsabilidad en el gasto es claro. Y es un evidente desplazamiento de incentivos al malgasto.
2) El segundo problema es que las deudas crecientes del banco público de inversiones utilizadas en proyectos sin rentabilidad, y por lo tanto, sus potenciales pérdidas, se cubren sea como sea con impuestos, ya que el capital de dicho banco lo pone el Estado.
3) El tercer problema es que la inflación creada por esos proyectos la sufre el ciudadano que no se beneficia de esa expansión de gasto “ilimitada”. Subidas de impuestos, mayor coste de vida y, sobre todo, destrucción de una gran parte del tejido empresarial porque el Estado acapara con aún mayor crédito privilegiado mayores sectores de la economía. Pensar que esa inflación se traslada a mayores sueldos es una falacia que se demuestra en la historia. Siempre se ha visto que los salarios reales caen a mínimos (suben mucho menos que la inflación).
Subidas de impuestos, mayor coste de vida y, sobre todo, destrucción de una gran parte del tejido empresarial que pasa a ser acaparado por el Estado -que es el verdadero objetivo-. Y se culpa a los comerciantes de las subidas de precios y la escasez.
4) El cuarto problema de esta política es que, como hemos comentado, se ha hecho muchas veces en el pasado. Es el modelo que hundió a la revolución francesa con los Assignats, el argentino de Fernández de Kirchner y su ministro Kiciloff disfrazado con términos nuevos, un modelo que solo ha creado exceso de inflación y estanflación. Es el modelo chino que cada día nos da más sustos y es el error llevado a cabo por Brasil. Pensar que el Estado puede decidir la cantidad de dinero y gastarlo en lo que quiera sin consecuencias sobre el resto.
El problema, al final, siempre es el mismo: los aristócratas del gasto público, que jamás han creado una empresa ni contratado a nadie con sus ahorros y esfuerzo, siempre piensan que interviniendo sobre la creación de dinero y la economía van a salvarlo todo. ¿Lo saben? Les da igual, porque para ellos Estado es infalible y se le excusa todo. Defender la idea diciendo que “es diferente”. El socialismo tiene un historial de fracasos tan brutal que solo un grupo de pseudointelectuales puede ignorarlo y decir que ellos lo van a hacer distinto.
Al final, la lógica siempre prevalece. Aumentar la masa monetaria más que el crecimiento histórico del PIB nominal siempre crea unos enormes desequilibrios que saltan en una gran crisis, sea estatal, bancaria, o de exceso de inflación. Los que delimitan sector público y sector financiero como antagónicos simplemente mienten. Son brazos de un mismo tronco.
El desarrollo, necesario, se debe hacer, pero no incentivando el sobreendeudamiento, sea privado o público. Y eso es lo que hace el monetarismo socialista, a expensas de nuestros nietos. Se puede hacer sin coste fiscal acudiendo a la lógica. Mejorando la renta disponible y poniendo incentivos al sector privado para acometer inversiones con retorno real, como decía Keynes, al que no leen para ahorrar, solo para gastar. Keynes hablaba de invertir el excedente del ahorro público en proyectos con rentabilidad real que pagasen la deuda contraída a medio plazo, no de perpetuar el endeudamiento de un sector público deficitario crónico.
La Teoría Moderna Monetaria no es ninguna novedad. Es la búsqueda de la burbuja -en este caso estatal- a toda costa financiada a expensas de todos. Luego les echan la culpa a los norteamericanos, a Merkel o a los mercados. Y a correr.
Repetir el error
El historial de desastre económico de los populistas comunistas es simplemente espectacular y aterrador. Desde Allende a Castro, de Maduro a Kirchner, Correa o Morales, y ahora Syriza en Grecia, llegan a economías con importantes desequilibrios bajo el mensaje “no podemos estar peor” y muestran que no solo puede empeorar, sino que ellos destruyen la economía más rápidamente. Pero esta vez será diferente porque lo va a aplicar un grupo de intelectuales europeos. No. No lo será.
Observe el lector a Grecia. Syriza ha conducido lo que era un país con dificultades a un estado fallido al borde de la intervención. Llegó a una Grecia que crecía un 0,8%, había reducido el déficit a la mitad y en superávit comercial y consiguió que en cinco meses que la producción industrial se desplomase (un 4% en un mes), el país se fuera a la recesión y la inversión huyese. Syriza fue culpable del corralito al haber testado todos los límites de la negociación de manera irresponsable. El órdago sin cartas no le sirvió de nada. “Oxi”, gritaban las masas en Atenas ante las soflamas de Varoufakis y Tsipras prometiendo la arcadia feliz del gasto, el fin de la austeridad y el asalto a las arcas de Alemania. Veinte días después, los ciudadanos sufrían el corralito causado por la incompetencia de las políticas del gobierno, que convirtió un problema de renegociación de términos de deuda en un “crash” financiero.
Después, tras haber implementado los mayores recortes de la historia y privatizado catorce aeropuertos, los agricultores del país se manifestaban ante el asalto fiscal que el gobierno de Tsipras decidió implementar. El secretario general de la Unión Griega de Agricultores criticaba que con la reforma de Tsipras un agricultor tendrá que pagar casi lo mismo que lo que ingresa en impuestos y cotizaciones. “¿Cómo vamos a sobrevivir si un agricultor factura 5.000 euros al mes y tiene que pagar hasta 4.000 en impuestos y seguridad social?”.
Lo que ocurrió en Grecia es típico del populismo. La promesa de soluciones mágicas se convierte en la realidad de la crisis económica. Prometen “subir los impuestos a los ricos” y, para mantener el elefantiásico estado depredador griego, se los suben hasta a los agricultores.
No, estas medidas no son “exigencias de la Troika” como repiten los populistas. La Troika sugirió reducir gasto público en áreas innecesarias y reducir presión burocrática y el gobierno de Tsipras lo rechazó. De hecho aumentó la partida de gastos y personal en áreas tan necesarias para una “emergencia social” como la TV pública.
La presión fiscal en Grecia no es solamente creciente, sino que tiene el mercado laboral más rígido, y con ello el mayor paro, de Europa. El gobierno de Tsipras, ante el rescate, se ha negado a tomar ninguna medida de las propuestas por la Troika que alivie a empresas y familias. Solo ha llevado a cabo políticas aún más confiscatorias para mantener el privilegio de un sector público ineficiente que pesa más del 49% del PIB y se ha convertido en confiscatorio. Para culminar con un recorte de las pensiones del 35%. Como todos los populistas, Syriza pasará a la historia por ser la responsable de empeorar lo que fingía proteger: el Estado del bienestar y a los desfavorecidos. El populista se sirve de la democracia para pervertirla. Con un 20% de votos, en España, se autodenomina “mayoría social” y pone al 80% restante en dos escenarios: la cobardía o la enemistad. O son cobardes que no se unen al “pueblo” o son enemigos del mismo.
El populismo está creciendo en todo el mundo. Da soluciones aparentemente simples a problemas muy complejos y, sobre todo empodera a muchos individuos al acentuar la envidia, la división y el enfrentamiento. Pero siempre fracasa. Porque el populismo olvida tres cosas. La naturaleza humana busca el progreso y el bienestar común desde la iniciativa individual, al contrario de lo que piensan los intelectuales que se dan así mismos el papel de “voz del pueblo”. Los seres humanos caen en el error de pensar en el estado como si fuera Papa Noel en muchas ocasiones, pero la fe inquebrantable a dicho estado no existe. Se desvanece con la realidad del fracaso, aunque se pervierta el lenguaje. Y finalmente, como decía Bob Marley, puedes engañar a algunos durante cierto tiempo, pero no a todo el mundo, todo el tiempo.
Tenemos que combatir el populismo cada día. Sabiendo que la batalla de la propaganda y la perversión del lenguaje de los populistas hacen que la batalla sea ardua, lenta y repetitiva. Tenemos que luchar contra la falsa premisa de la superioridad moral autoconcedida, de la infalibilidad del “bienintencionado” y tenemos que luchar sabiendo que no son dementes ni ignorantes ni anécdotas.
Repitamos: ¡es la economía, estúpido! El populismo ignora y rechaza los principios básicos de la lógica económica para convencer a los ciudadanos de que dos más dos suman veintidós. Y cuando alcanzan el poder hacen que todo empeore. Depende de la ciudadanía cabal y reflexiva permitir este dislate o no.
Para finalizar, quisiera mostrar mi rechazo radical al intento por parte de algunos medios de equiparar las tendencias populistas ocasionales de cualquier administración estadounidense, actual o pasada, o británica con el movimiento liberticida, dictatorial y opresor que suponen los populismos fascistas y comunistas europeos y latinoamericanos. En Reino Unido y Estados Unidos existen una sociedad civil y unas instituciones que garantizan la libertad, la democracia y el respeto a la propiedad, la ley y los derechos civiles, sea quien sea el gobernante y sus opiniones personales. Desde hace décadas, ambos países han sido y son ejemplo global de libertad y prosperidad, y lo seguirán siendo. Comparar de cualquier manera a esos países con los totalitaristas intervencionistas y liberticidas no ayuda a combatir el populismo, lo blanquea, bajo la premisa de que todo es lo mismo. Y no lo es. Roosevelt o Churchill, con todos sus errores y aciertos, serían algo populistas o proteccionistas, pero no eran lo mismo que Stalin ni Hitler.
(Fin del artículo)
©Juan Ramón Moscad. Economista.
Uned Almansa. @jmoscad. [email protected]
Otros artículos del autor sobre el tema:
3) (III parte de IV) El economista Daniel Lacalle participa en el libro “El porqué de los Populismos”
2) Daniel Lacalle escribe en el libro “El porqué de los Populismos” (II parte de IV)
1) (I parte de lV) El economista Daniel Lacalle participa en el libro “El porqué de los Populismos”