Desde el Partido (marxista-leninista) de los Trabajadores salíamos hoy a denunciar en la ciudad de Albacete la dramática situación a la que se enfrentan las familias trabajadoras en coyunturas de adversidad meteorológica y temperaturas extremas, como las que estos días de atrás se vienen sucediendo.
La borrasca filomena que ha azotado la ciudad y el resto de la Península nos ha dejado grandes nevadas y una ola de frío que se ha sentido de forma muy significativa llegando a caer las temperaturas por debajo de -13°C.
En medio de esta ola hemos visto como la factura de la luz aumentaba un 27% con respecto al año anterior, mientras que ya en 2020 crecía de forma alarmante la situación de pobreza energética de muchas familias en la provincia. Fueron 936 las familias que el año anterior no pudieron hacer frente al pago de los suministros y que hoy van a ver agravada su situación.
Según datos anteriores a la crisis de la COVID-19, casi el 30% de las familias albaceteñas estaban en riesgo de pobreza. Si su situación no era ya de por sí lo suficiente complicada tienen que enfrentar un invierno frío donde se limitará e imposibilitará la correcta climatización de sus hogares.
Desde el ayuntamiento se gestionaron medidas extraordinarias para alojar a 89 personas sin hogar. Cabe en este punto preguntarse cuál es su situación cuando estas medidas no están habilitadas, teniendo en cuenta la limitación de las plazas en los albergues debido a las restricciones sanitarias. También nos preguntamos cuál es el motivo de que no sea aceptable que haya personas durmiendo en la calle a 12° bajo cero, pero sí parezca serlo cuando la temperatura es de -3, cosa bastante habitual.
Además, respecto a las cifras, en diciembre se contabilizaba que todavía existen cerca de 140 temporeros que sobreviven en asentamientos de la ciudad teniendo por techo una tienda de campaña o unos maderos. Otras cerca de 200 personas, también en su mayoría personas migrantes, viven en barrios de chabolas en condiciones de precariedad.
Parece legítimo bajo el capitalismo que los mismos que en verano se sofocan explotados en el campo, en invierno se congelen sin una vivienda y unas condiciones de vida dignas.
El frío y la gestión de los de centros de estudio también han afectado de forma significativa a los y las estudiantes de clase trabajadora.
En primer lugar la falta de prevención y la infrafinanciación de los centros educativos públicos nos lleva a situaciones como las que se repiten en muchos colegios e institutos en los que han de mantenerse las ventanas abiertas debido a la necesidad de ventilación por la pandemia, sin contrarrestar correctamente el frío o buscar medios alternativos de purificación del aire que permitan tener un entorno de estudio adecuado para los estudiantes.
Si bien pudiera parecer que este problema es nuevo o que responde a la coyuntura de la pandemia, quien tenga un poco de memoria sabrá que la falta de calefacción en los centros de estudio de la provincia no es algo nuevo. Hace casi una década que las protestas se han sucedido en diferentes institutos públicos de la ciudad y de la provincia en los que cada invierno se padecían, a causa de los recortes y la falta de recursos, cortes en la calefacción o una climatización inadecuada que nos dejaba estampas como la de clases enteras de alumnos vistiendo abrigo y mantas durante toda la jornada escolar.
También el cierre de bibliotecas y reducción de aforos a causa de las restricciones sanitarias, y el hecho de que no se habiliten alternativas seguras y bien climatizadas ahonda en la brecha de la que son víctimas los estudiantes que provienen de familias con menos recursos, en las que muy probablemente se carezca no sólo de los medios básicos y necesarios para la realización de sus estudios, sino también de un lugar adecuado de estudios, o uno en el que se puedan habilitar unas condiciones de calefacción suficientes.
Por otro lado, en lo relativo a la gestión de las clases ante el riesgo ocasionado por la borrasca tenemos que mirar a la UCLM en Albacete, donde pese a las advertencias que se tenían desde hacía más de una semana las clases y exámenes se suspendieron en último minuto, generando un malestar evidente en los estudiantes que vivían con incertidumbre los días previos a la alerta, afectando esta situación de forma especial a aquellos que residen fuera de la ciudad.
La nieve y la posterior helada también han creado un problema añadido para la clase trabajadora: el aumento del peligro por accidente laboral.
Durante los días más fuertes de la borrasca se produjeron no sólo las placas de hielo en el asfalto, sino también caídas de árboles o postes de la luz, desprendimiento de masas de nieve o bloques de hielo desde los tejados, frío extremo… todas estas condiciones ponen más en peligro la vida de los trabajadores, muchos de los cuales fueron obligados a asistir a sus puestos de trabajo de forma completamente innecesaria y realizar sin contar con medidas excepcionales de protección sus funciones de forma ordinaria, mientras se pedía a la ciudadanía que no saliera de sus hogares para prevenir los accidentes. De nuevo el beneficio individual de los empresarios que coloca por delante de la vida de los trabajadores, en una situación en la que centros de trabajo donde no se prestaba ningún tipo de servicio esencial arriesgaban su salud no sólo en el desplazamiento, sino en muchas ocasiones también en la realización de sus labores.
También es necesario destacar por la realidad del medio rural que muchas de las personas que viven en localidades cercanas trabajan en la capital, lo cual entraña un grave riesgo en el caso de haber tenido efectivamente que realizar desplazamientos a su centro de trabajo.
Estos y otros muchos problema se presentan hoy de forma excepcional para la clase trabajadora albaceteña como una excepcionalidad debido por un lado a la situación de crisis sanitaria y a una borrasca sin precedentes recientes, sin embargo nada de esto es nuevo para nosotros.
Las temperaturas extremas en invierno y en verano son una norma. La gestión deficitaria de ambas situaciones por parte de las Universidades, o la falta de recursos con los que cuenta la escuela pública tampoco son novedad en este sistema. No es novedoso que las empresas pongan en peligro la vida de los trabajadores para minimizar sus pérdidas y que las instituciones les permitan maniobrar con libertad mientras sí instan a la población a no salir de sus hogares “salvo estricta necesidad”.
No es novedad que la clase trabajadora tenga que sobrevivir en condiciones de absoluta miseria, hacer frente sin recursos a temperaturas extremas o se vea privada de una vivienda. La situación de los temporeros que se resguardaban en el asentamiento de la carretera de Las Peñas tampoco era nueva, y no saltó a la palestra hasta que tras 15 años viviendo condiciones vergonzosas de hacinamiento se produjo un brote de coronavirus.
No son nuevos los abusos de las eléctricas, ni el drama de muchas familias que se encuentran al límite de la pobreza más extrema.
Nada de esto es nuevo bajo el capitalismo, y nada en su seno cambiará si no es gracias a la organización y la lucha de la clase trabajadora.
Somos los trabajadores los que día a día movemos el mundo, y también los que paramos cada golpe de quien se lucra de nuestra explotación y miseria.
Contra cualquier temporal siempre la clase obrera.