Mario Plaza
En el trigésimo noveno Festival Internacional de teatro Clásico de Almagro en los días 15, 16 y 17 de julio se ha presentado en el Espacio Miguel Narros una adaptación de La Celestina (Burgos, 1499) producida por el Teatro de la Abadía y la Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de José Luis Gómez.
Lo primero es justificar la provocativa ambigüedad del título del presente comentario, buscada simplemente por la necesidad de atraer la atención del atareado lector. Y claro, no se refiere a la posible duda de que la propuesta teatral carezca de aspectos cautivadores, que tiene muchísimos, sino a que se podría interpretar como hilo conductor de la lectura del juego escénico que se nos presenta la pregunta: ¿dónde está la gracia, el interés, el atractivo, de ese mundo al que la obra se refiere, apunta o señala?
Ni tengo capacidad, ni creo que se pudiera hacer en otra circunstancia, como una visión general, más o menos completa, de la riqueza de la propuesta teatral, que es una dimensión que se concede a las obras de arte de determinado nivel, y muy en particular a la excepcional obra literaria a la que se refiere la representación. Así que me voy a referir a determinados aspectos de los que aspiro a que no sean considerados como demasiado parciales, marginales, o irrelevantes.
Por ejemplo, la disposición inclinada del escenario. Enseguida me recordó el invento perceptivo de La balsa de la
Medusa (Théodore Géricault, 1818-9) en el que, como se sabe, se ilustra el abandono a su suerte del personal de marinería, por parte de la oficialidad, en el naufragio de la fragata Medusa de 1816, y con el que se quería dar la impresión de que las personas que contemplaban el cuadro, de grandes dimensiones, se hallaban, en efecto, compartiendo la suerte de los abandonados náufragos. Así que reparé en el deseo de la dirección de hacernos ver a los espectadores que esa falta de gracia del mundo que aprisiona a los personajes de finales del siglo XV, de alguna forma, todavía nos afecta a las personas que vivimos en la actualidad, y que asistimos como si tal a una oferta de la industria cultural a principios del siglo XXI.
Por ejemplo, la estructura del escenario que, como una especie de andamio con varios niveles, y con distintos tiros de escaleras, permite significar adecuadamente el deambular por las calles de una ciudad castellana de la época.
Por ejemplo, la idoneidad del uso de los recursos interpretativos. Sobrios, sin una concesión, en el personaje de Celestina, comedidos en las escenas familiares y en las situaciones de tensión dramática, y desbordantes de fuerza expresiva y corporalidad en relación con la pasión amorosa.
Por ejemplo, el acierto argumental de, respetando el texto, utilizar el acto decimosexto para mostrar la peripecia como un drama familiar que acaba con el conocido in hac lachrymarum valle del monólogo final de Pleberio. Este recurso permite la simplificación del argumento de la función de teatro, y no impide insertar en el desarrollo una acertada selección de la infinidad de referencias concretas al orden social de su momento, y que conforman una de las riquezas inagotables del texto literario original.
Por ejemplo, mostrar cómo el uso de los recursos argumentales y retóricos habituales, aunque sea en su vertiente irónica, jocosa, sólo favorece a los personajes que se hallan en situación de superioridad. De lo que habría que tomar nota por la parte que nos toca, por lo que ahora se está viviendo.
Por ejemplo, cómo los bellos sentimientos en las subjetividades que son producto del medio social, es decir, defectuosas, conducen inexorablemente a la perdición de los personajes que los sustentan.
Y por último, la maestría en el uso de esas sombras desdibujadas y tenebrosas en el segundo plano de la acción que representan, por una parte, el resto social marginalizado y excluido, y por otra, el fondo dogmático, oscuro y antihumano que fundamenta el orden social, que es el origen de la desigualdad, de la falta de libertad y, en última instancia, de la desgracia de los personajes.
¿Nos interpela, habla o no habla también de nosotros, del desorden neoliberal, falto de gracia para la mayoría, que se nos impone y al que estamos obligados a conformarnos? ¿Se refiere también a nuestro mundo, a nuestras dificultades y temores? Aquel que no pueda asistir a la obra que aquí se comenta no podrá responder a estas preguntas. Y no podrá saber si le va mucho o poco en ello.
Mario Plaza. Albacete a 19 de junio de 2016