En un domingo como este yo, como tengo por costumbre, he ido a entrenar. He visto también gente en sus bicis, y a algunos disfrutando del ocio y el sol (las fumigaciones de la semana pasada se ocuparon bien de eso), en las terrazas, con la cerveza fría en la mano.
Si optas por encender la televisión te puedes encontrar con una reposición de María Teresa Campos encargando una ración de coquinas para comerse 3 y descartar el resto, o bien a su retoña, Terelu, en un mercadillo rateando 1 euro por una bragas. También puedes ver a Custo Barcelona comerse el mundo, o a Vargas Llosa y a la Preysler no sé si viajando por amor, en su amor o a través de su amor a Indonesia. No me quedó del todo claro.
A mí lo único que me interesa hoy, aparte de mi familia, es saber si Omran Daqneesh ha comido o va a comer. Si está bañado, cambiado, feliz. Si juega, si tiene con qué jugar, cómo va a pasar el día. Si es capaz de vivir con el recuerdo de su hermano muerto. Si sus padres han encontrado un lugar donde refugiarse por fin, si están seguros, sobre todo al saber que se han convertido en un icono molesto para Al-Assad, justo después de que el mundo abriera momentáneamente los ojos para encontrarse con Siria de nuevo y su guerra civil que dura ya 5 años. No les ayudó el tuit de Caroline Anning de Save The Children, la Syria Solidarity Campaign que habló de “crimen de guerra”, y mucho menos el encargado de Asuntos Humanitarios de la ONU, Stephen O'Brien, que en el debate del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas exclamó “deténganse por un momento e imaginen que es su hijo, un niño que no sabía nada de los horrores de la guerra”, mientras la foto de Omran se hacía viral.
Si tuviera que elegir una foto que sintetizara la Inocencia elegiría la de Omran con su pelo ensortijado y su mirada infinita sentado en aquella funesta ambulancia. Pero también lo haría si tuviera que elegir la foto definitiva de la guerra. La del sinsentido. La de lo siniestro. La de la oscuridad, pero también la de la luz. La de Oriente y Occidente. La de la globalización. La del capitalismo. La del odio, pero también la del amor.
Confieso que no he visto el vídeo donde este angelito se mira la manita ensangrentada con total estupor. Yo cocinaba en aquel momento y la pantalla escupía la realidad sin que le prestara demasiada atención hasta que llegó el horror. No pude seguir mirando. Escuché al locutor explicar las imágenes y por eso sé lo que contenían, pero dejen que lo confiese: no tuve valor para verlo. Desde entonces tengo a ese inocente clavado dentro. Al lado justo de Aylan Kurdi. No tengo valor siquiera para recordar sus imágenes en mi mente. Me refugio en mi vida, cobardemente, estudio, entreno, juego con mi hijo e intento olvidar a Omran, a ese niño desvalido que simboliza tanto para tantos.
Desde entonces le debo esta columna. He vivido mis días y él los suyos, pero tenía que cumplir de alguna manera con ese pequeño y hoy pago esa deuda.
Luego están los culpables. Esa Europa insolidaria que mira hacia otro lado donde no haya refugiados incómodos y que paga por evitarlos lo que sea necesario. Esa sociedad global y decadente en la que existimos que carece de los valores morales esenciales. Ese fascismo que conquista EE.UU. y poco a poco el resto del mundo para llenarlo de insolidaridad y de fanatismo. Los actores que manejan el tablero geopolítico con el que ganar —la guerra es el mayor negocio de la historia—, no sólo dinero, sino posiciones, posiciones de poder, gracias a los conflictos bélicos, las crisis y la miseria del resto de la población mundial.
Luego está el malvado Al Assad —la guerra es culpa suya claro, o eso nos venden—, pero también tenemos a ISIS, a los “rebeldes”, (mayoritariamente extranjeros o simpatizantes sirios de los Hermanos Musulmanes), a los kurdos a los que les han prometido un trozo del pastel y al “Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, controlado desde Londres por los saudíes.
Tenemos a Rusia, Irán y China apoyando a Al Assad y a EE.UU. (que no falte), Turquía, Francia (que no falte), Gran Bretaña (que no falte) y Arabia Saudí apoyando a la oposición, por llamarla de alguna manera.
Tenemos la guerra civil de un país que no tiene ni 100 años de edad donde, dos potencias extranjeras metieron sus deditos para decidir hasta sus fronteras, creando una amalgama Sunni-Chii que es una bomba de relojería. Con un gobierno de minoría Chii que mantiene, desde su creación —hace poco más de 50 años—, a la mayoría de población Sunni a base de asesinatos, tortura, encarcelamiento y represión. Con la connivencia de esas dos potencias, Francia (que no falte) y Gran Bretaña (que no falte), que fueron los que organizaron esta “fiesta” llamada Siria y que no hay Primavera Árabe ni intelectual bienintencionado ni laico que la solucione.
Como asegura Julian Assange: “no podemos tener la esperanza de transformar aquello que no entendemos”, y aquí hay millones de personas que jamás han oído hablar del acuerdo de Sykes-Picot y de cómo aquella monumental estafa para los árabes ha acabado en la casa de Omran y de su familia en forma de bomba. De momento la guerra, me temo, va a seguir, al menos mientras Siria posea unas reservas de petróleo y gas natural que alcanzan un tercio de las reservas mundiales. ¿No les había hablado aún del petróleo? Les pido perdón. Esa es la razón de todo esto. Esos hombres que manejan todo saben bien de qué hablo. Los que disponen el tablero y mueven las piezas. Hillary Clinton también. Hay unos correos por ahí que cuentan cómo el flujo de armamento hacia Siria no deja de fluir.
Puede que mi columna de esta semana a algunos les parezca algo demagógica, sobre todo cuando cuente que tengo a este niño tan dentro quizás porque me recuerda al mío. Sólo les separan unos años pero su mirada inocente es la misma. Cuando recuerdo a Omran abrazado a su salvador, (la única escena que llegué a ver), sus bracitos descansando sobre los hombros de éste hasta que es sentado en esa silla naranja infierno, me veo llevando a mi niño, —se aferra a mí de idéntica manera—, y entonces el mundo se revela como lo que es y la rabia me invade. Confieso, que si viera el vídeo de este angelito, me pondría a llorar. No puedo verlo. Tampoco sacármelo de dentro.
A mí escribir me desahoga como pocas cosas, me sirve para sacarme la bilis, eso y entrenar duro, pero créanme, esta columna, este domingo, no sirve para sacarme a Omran, ni a Aylan ni a todos esos miles de niños desplazados, a los muertos, a sus familias, a los inocentes que pagan, como siempre, por la codicia de unos sociópatas que tienen, de todas-todas, su pedazo de infierno bien ganado, sea como sea, se encuentre donde se encuentre.
Esta columna, hoy, no vale una puta mierda…