Mario Plaza
El título de este comentario es un verso del poema Esperanza de todos. Pertenece al libro de Jorge Guillén de 1954 titulado Cántico, y quiere hacer referencia al estreno los días 13 y 14 de septiembre de la obra de Frutos Soriano Nana de la niña mala por la compañía La Comba Teatro, dirigida por Ángel Monteagudo, en La Posada del Rosario. Las actrices son Ángeles González Cuerda en el papel de Julia, y Loly Lorenzo Martínez en el papel de Lucía-Celia. Los cuidados arreglos y la grabación son de Jesús Naranjo, y Antonio Cebrián; y la iluminación y el sonido corren a cargo del siempre eficiente Egdardo Ibarra.
El contenido de la obra son las experiencias comunes de nuestra vida cotidiana:
La opresión de la falta de libertada en la sociedad que se hace concreta a través de la dolorosa experiencia de las relaciones familiares: “Desde los doce o trece años comencé a sentirme extraña en la familia, en el pueblo, en todas partes”; “los miedos están siempre presentes, ni siquiera se trata de luchar, solo mirarlos. Verlos ahí, cumpliendo alguna misión que tú desconoces”.
La liberación a través de la experiencia teatral: “estaré siempre agradecida al teatro, porque rompió las cadenas de mi cuerpo y de mi mente”; “… qué borracheras, madre mía, al terminar la obra, y sobre todo si había gustado, los cuerpos se desataban, y el vino te volvía más audaz, y pasaban cosas…”.
La falta de libertad más acusada en las mujeres y en la experiencia de la sexualidad, especialmente en las denominadas sexualidades transgresoras, y en el concepto mismo de transgresión, que permanece aunque cambien sus contenidos.
La obra nos pone con habilidad frente a la soledad de la enfermedad y de la diferencia.
¿Y cómo se afrontan en la obra los problemas, en qué queda todo? Hay que asistir a la obra, a la representación cada día diferente en los delicados matices que las actuaciones le confieren. Hay que comprobar lo que las dos excelentes actrices prestan a sus personajes, que son actrices, y lo que los elaborados personajes aportan a las actrices, que pueden constituirse en personajes: “un escalofrío, la piel de gallina, nuestros cuerpos que desprendían calor…, como un rio de fuego que me levanta y me construye cada día, y sin el cual no podría haber seguido viviendo”. Otra vez la importancia del oficio y del artificio teatral.
De una manera parecida a la forma en que Frutos Soriano mostraba en Bécquer en Wyoming el entrelazamiento cotidiano entre poesía y vida, ahora lo muestra con el teatro. Esencialmente a través de una Julia de mediana edad que es contratada para interpretar el papel de una anciana enferma, según le cuenta a Lucía, y que luego es la realidad que le toca vivir con Celia. Y también las referencias al teatro de García Lorca, y al teatro de vanguardia de Jarry, de Brecht, de Beckett, etc., tan importantes para una determinada generación, y para la concepción vigente del teatro.
A partir del texto es también muy importante el trabajo de dirección de Ángel Monteagudo completando y modulando los hallazgos del texto. Las aportaciones de su experiencia e intuición escénica potencian la visualidad y la expresividad de los evidentes aciertos de escritura, pero que necesitan un determinado complemento de dramaticidad.
Y luego está el trabajo de las actrices, tan fresco, tan sentido, tan matizado, tan complementario, tan intenso y tan verdadero, que dudo que se puedan producir dos interpretaciones, en días diferentes, con las mismas transiciones, con los mismos matices, o con idéntica intensificación significativa en los mismos lugares. Admirable trabajo el de Ángeles González Cuerda, y el de Loly Lorenzo Martínez. Si ustedes asisten van a comprobar cómo les vibra la voz, su cuerpo y hasta la piel.
Lo que ocurre en el escenario, en los personajes, en las actrices, a los espectadores, es el milagro de la esperanza. Puede decirse que todo el trabajo del grupo, de las actrices, del director, del autor, del equipo técnico, sea simplemente realizar una encarnación material de aquella constatación con la que W. Benjamin cierra el estudio Las afinidades electivas de Goethe (1919-1922): “La esperanza sólo nos ha sido dada por los desesperanzados”, por los que no la tienen.
Un cierto aspecto de esta intuición de Benjamin es recogido también por Deleuze y Guattari en el importante libro para la generación de la que formo parte, El antiedipo, que lleva por significativo subtítulo Capitalismo y esquizofrenia: “El día que el ser humano sepa comportarse como fenómeno desprovisto de intención, ese día, una nueva criatura pronunciará la integridad de la existencia”. (Barral, Barcelona, 1972, pág. 378). No nos queda poca tarea. Por lo menos todavía se puede contar con el teatro.
Mario Plaza, 11 de septiembre de 2015.